Por Javier MartĂnez, presidente Colegio de Profesoras y Profesores de Valdivia.
En los Ășltimos años se ha popularizado en el gremio docente el concepto de agobio laboral para describir un conjunto de exigencias, prĂĄcticas y sensaciones derivadas de las condiciones de trabajo. Este tĂ©rmino ha sido difundido sin el suficiente planteamiento analĂtico por el Colegio de Profesoras y Profesores en sus demandas nacionales, resultando atractivo para vincular los padecimientos del ejercicio docente actual. Sin embargo, el concepto de agobio termina por obstaculizar la comprensiĂłn de las dimensiones reales del problema, pues no se trata Ășnicamente de una sensaciĂłn psicolĂłgica o emocional, sino fundamentalmente de las condiciones estructurales del trabajo docente. Para abordar esta realidad con mayor precisiĂłn, resulta necesario emplear los conceptos de precariedad y explotaciĂłn, lo que permitirĂa desarrollar un anĂĄlisis mĂĄs riguroso sobre la crisis docente y definir los lĂmites necesarios para regular y transformar esta labor pedagĂłgica en un espacio de realizaciĂłn humana.
Durante los 35 años de democracia, se ha consolidado una lĂłgica laboral reforzada sistemĂĄticamente como experimento de ingenierĂa sociolĂłgica, que hoy evidencia una crisis profunda sin respuesta por parte de los gobiernos. El trabajo docente no puede entenderse al margen del sistema econĂłmico, polĂtico y cultural hegemĂłnico. En este marco, el neoliberalismo se puede definir como el conjunto de discursos, prĂĄcticas y dispositivos que organizan las relaciones humanas segĂșn el principio de competencia. Y en el ĂĄmbito educativo, los modelos de evaluaciĂłn y control laboral ignoran que el ejercicio docente implica la producciĂłn de conocimientos, afectos y subjetividades, lo que lo diferencia radicalmente de otras profesiones.
Este sistema laboral, que no ha sido cuestionado seriamente por quienes detentan el poder, reduce al profesorado a un mero engranaje funcional para la reproducciĂłn del orden establecido. Este contexto es clave para comprender cĂłmo el trabajo docente ha sido diseñado para crear un disciplinamiento laboral dĂłcil, pese a la evidencia de agotamiento, tensiĂłn y crisis en el ejercicio profesional. AsĂ, resulta fundamental establecer que lo que ocurre al final de la jornada no es simplemente una emociĂłn o sensaciĂłn de agobio, sino el resultado del gasto de energĂa en un proceso laboral que, cuando no es reconocido, remunerado adecuadamente ni dotado de sentido, se traduce en precariedad y explotaciĂłn. Esto significa que el problema no radica en cĂłmo cada docente percibe subjetivamente su cansancio, sino en que el diseño mismo del trabajo estĂĄ concebido para producir agotamiento.
La jornada laboral docente es un tema poco discutido pero crucial en la relaciĂłn entre empleadores y empleados en el ĂĄmbito escolar. Existe una tendencia a extender el tiempo de trabajo hasta el lĂmite de la resistencia fĂsica, apropiĂĄndose no solo de las horas contratadas, sino tambiĂ©n de la energĂa vital, sensorial y cognitiva del trabajador. En la docencia, las horas frente al aula representan solo una fracciĂłn del trabajo real, que incluye preparaciĂłn de clases, evaluaciĂłn, reuniones y una carga burocrĂĄtica creciente. AdemĂĄs, el docente no solo vende su tiempo, sino tambiĂ©n su subjetividad. Como señala Enrique de la Garza (2007), se trata de un “trabajo inmaterial” que produce bienes intangibles âcomo el conocimiento o los vĂnculos pedagĂłgicosâ y que, bajo el sistema educativo actual, es absorbido por la lĂłgica mercantil. AsĂ, la enseñanza ya no se valora por su ejercicio en sĂ, sino por su eficiencia y capacidad de generar resultados estandarizados, lo que distorsiona el sentido original del sistema educativo.
Esta dinĂĄmica se relaciona directamente con la crĂtica de Leonora Reyes al concepto del “profesor eficiente”, una figura construida por el neoliberalismo educativo que reduce la complejidad de la enseñanza a indicadores cuantificables. Este modelo transforma al docente en un “homo Ćconomicus”, cuya racionalidad se limita a maximizar resultados, ignorando que el aprendizaje es un proceso profundamente humano, social y afectivo, como ya planteaba Vigotsky (1926). La paradoja es evidente: se exige al profesor ser un agente de cambio mientras se le somete a un rĂ©gimen de control que anula su autonomĂa. En este disciplinamiento laboral, la emocionalidad y la creatividad, esenciales en el acto educativo, son cooptadas por la maquinaria productivista.
Ejemplos concretos de este fenĂłmeno se observan en diversas polĂticas de Estado Mercantil que refuerzan la visiĂłn tecnocrĂĄtica del ejercicio docente:
- La coexistencia de regĂmenes jurĂdicos diferentes (Estatuto Docente para unos, CĂłdigo del Trabajo para otros)
- La inestabilidad laboral, con alta rotaciĂłn entre profesores noveles y falta de titularidad en el sector pĂșblico. La crisis de retenciĂłn refleja la tendencia que ÂŒ de profesores reciĂ©n egresados desertan de la profesiĂłn a los 5 años de ejercicio.
- La falta de tiempo para la preparaciĂłn y reflexiĂłn pedagĂłgica. Se estima en 54 horas semanales las que se necesitan para cumplir con las exigencias.
- Los sistemas de evaluación docente basados en la sospecha y el mérito individual. El 63% de profesores encuestados considera que el Sistema de Evaluación Docente no refleja su trabajo real.
- La gestiĂłn gerencial de la administraciĂłn escolar, que trasplanta lĂłgicas empresariales a las escuelas. Esto ademĂĄs se ve agravado con la distribuciĂłn de los recursos, donde escuelas vulnerables reciben 50% menos financiamiento por estudiante que las particulares pagadas.
- Se estima que el profesorado presenta un 40% mĂĄs de licencias psiquiĂĄtricas que el promedio nacional comparado con otras profesiones.
- Las evaluaciones estandarizadas como paradigma gran referencia de eficiencia educativa.
- DestinaciĂłn de un fragmento del salario a la compra de materiales o insumos ligados a la actividad laboral
Por todo ello, resulta imprescindible hablar de precariedad y explotaciĂłn, conceptos que permiten identificar con mayor precisiĂłn los problemas del trabajo docente y, por tanto, sus posibles soluciones. La precariedad se manifiesta en condiciones de inestabilidad laboral, contratos con horas variables, salarios fragmentados, infraestructuras inadecuadas y ausencia de protecciĂłn ante maltratos. La explotaciĂłn, por su parte, se evidencia cuando los docentes deben disponer de horas no remuneradas para cumplir con sus labores, adquirir materiales con sus propios recursos o asumir capacitaciones sin apoyo institucional, generando asĂ una segunda jornada laboral no reconocida. Las dimensiones crĂticas del profesorado, no serĂĄ superada con jornadas de autocuidado, o con la comprensiĂłn esporĂĄdica de la jefatura, sino justamente cuando el rĂ©gimen de trabajo este pensado en cuidar de manera permanente a las profesoras y profesores.
Frente a este escenario, surge una pregunta inevitable: Âżseremos testigos pasivos de la crisis general del sistema educativo y su rĂ©gimen laboral? La realidad muestra a colegas que caen dĂa tras dĂa, con licencias mĂ©dicas, enfermedades diversas y una fuga masiva de profesores noveles. Sin embargo, tambiĂ©n recae en la esperanza que los docentes desarrollan una inteligencia prĂĄctica para navegar las contradicciones del sistema, improvisando, adaptĂĄndose y resistiendo. El trabajo real en las aulas poco tiene que ver con los discursos oficiales; se construye en los intercambios cotidianos y en los gestos invisibles donde reside el verdadero proceso pedagĂłgico.
Los educadores necesitan tomar conciencia de que su labor no es neutra: estĂĄ inserta en un entramado de disputa donde la educaciĂłn funciona tanto como campo de dominaciĂłn como de liberaciĂłn. Para transformar el trabajo docente, en trabajo decente es necesario superar la idea de que el agobio laboral es el problema central y comprender que este es solo el sĂntoma de un conjunto de prĂĄcticas estructurales que deben ser cambiadas. Los padecimientos del profesorado llamados por su nombre, la precariedad y la explotaciĂłn solo podrĂĄn superarse mediante el empoderamiento colectivo, de mirarnos y reconocer en las y los colegas como iguales ante condiciones de trabajo que no son acordes, de comprender que los problemas que me afectan a mĂ, tambiĂ©n le afectan a otro.