(Vicepresidente nacional del Colegio de Profesores). Para comprender los objetivos que persigue la derecha al intentar reponer la selección por mérito en el sistema escolar es preciso comprender cuál fue el objetivo fundamental de la ley de Inclusión. Dicho objetivo fue someter los intereses privados al interés público, emparejando la cancha para terminar con los problemas de segregación.
Los cambios impuestos en dictadura implicaban la convicciĂłn de que el sistema educativo en su conjunto serĂa de mejor calidad y más eficiente no gracias a la acciĂłn del Estado, sino como resultado de las acciones que los individuos realizan libremente en su propio beneficio. Para materializar esta convicciĂłn la derecha destruyĂł la educaciĂłn pĂşblica e institucionalizĂł lo que ha sido llamado mercado educativo, superponiendo los intereses particulares al interĂ©s general y pretendiendo transformar la educaciĂłn en un bien de consumo producido por una industria educacional.
En el mercado los intereses privados encontrarĂan libertad para expresarse y generarĂan espontáneamente beneficios sociales. El esquema de mercado funcionarĂa más o menos asĂ: el empresario, que tiene el interĂ©s particular de transformar recursos pĂşblicos y dinero de las familias en ganancias privadas, va a esforzarse por ofrecer educaciĂłn de calidad, ya que su negocio depende de la preferencia de los apoderados. Las familias por su parte persiguiendo el interĂ©s particular de educar de la mejor manera posible a sus hijos van a elegir la mejor opciĂłn a su alcance. Como resultado tendrĂamos escuelas impulsadas, por la competencia, a mejorar constantemente, cuestiĂłn que a la larga producirĂa un mejor sistema educativo. Sin embargo, la promesa neoliberal jamás se cumpliĂł. La investigaciĂłn educativa ha demostrado vastamente que la mercantilizaciĂłn de la educaciĂłn no ha hecho más que profundizar la desigualdad.
En este esquema de mercado la selecciĂłn exhibe sus peores caracterĂsticas, pues implica discriminaciĂłn de estudiantes por parte de los sostenedores para alcanzar fines particulares, esto es, exhibir mejores resultados en pruebas estandarizadas para ser más atractivos en el mercado. En este contexto, la selecciĂłn no es un reconocimiento del esfuerzo, sino un mecanismo empresarial para asegurar la calidad de un servicio.
Sin embargo, la selecciĂłn independientemente del contexto (sistema privatizado o completamente pĂşblico) privilegia intereses particulares y atenta contra el interĂ©s general que debe perseguir cualquier sistema educativo: ofrecer a todos y todas las mismas oportunidades educativas independiente del origen socio-econĂłmico y cultural. Ello implica asumir que hay una igualdad intrĂnseca entre los y las ciudadanas, expresada en el reconocimiento de un derecho inalienable.
La selecciĂłn atenta contra dicho interĂ©s general por dos razones. En primer lugar, la selecciĂłn (por mĂ©rito o por cualquier otro factor) implica que las oportunidades educativas no son para todos ni para todos iguales y que, por lo tanto, la segregaciĂłn escolar es una caracterĂstica inherente de los sistemas educativos. En segundo lugar, en la medida en que la segregaciĂłn es un hecho, es decir, es inevitable la desigual distribuciĂłn de las oportunidades educativas, existirĂan distinciones arbitrarias entre los ciudadanos, en virtud de las cuales unos tendrĂan derecho a un tipo de educaciĂłn y otros, a otros tipos. La selecciĂłn escolar implica, entonces, discriminar arbitrariamente (distinguiendo entre ciudadanos de primera, segunda o tercera categorĂa) y utilizar recursos pĂşblicos para beneficiar a unos en desmedro de otros, acentuando la desigualdad de origen y profundizando la desigualdad social.
Como respuesta a los vicios generados por un sistema educativo orientado por fines particulares que niegan el interĂ©s general del cual hemos hablado, el pasado gobierno dictĂł la llamada Ley de InclusiĂłn. Con esta ley se ha conseguido por primera vez en casi 40 años que los principios de la educaciĂłn pĂşblica sean los que orienten el sistema educativo en su conjunto y no ya intereses individuales que se abrirĂan paso solo en un contexto de competencia.
Cuando el Estado garantiza un derecho no puede perseguir intereses particulares, es decir, no puede, entre otras cosas, generar ganancias privadas, ni cobrar a las familias ni discriminar. Esto significa que la educaciĂłn provista por el Estado debe necesariamente estar abierta a todos y todas, porque los y las reconoce como ciudadanos y ciudadanas con los mismos derechos. En consecuencia, haber terminado con el lucro, el copago y la selecciĂłn en los establecimientos privados que reciben financiamiento estatal, significĂł extender en todo el sistema educativo principios fundamentales de la educaciĂłn pĂşblica.
Lo que busca hoy la derecha desde el gobierno (pues ya lo intentĂł cuando se discutĂa la ley de InclusiĂłn, acudiendo al Tribunal Constitucional) es alcanzar un triunfo ideolĂłgico para instalar la idea de que el destino de cada cual depende exclusivamente del esfuerzo personal, pues lo que está en juego no es “reconocer el valor y legitimidad del mĂ©rito acadĂ©mico en el desarrollo de las personas y del paĂs” ni “devolverles a los padres su derecho preferente a elegir la educaciĂłn de sus hijos y la libertad de los educadores a desarrollar sus proyectos educativos” (como señalĂł Piñera en una reciente columna publicada en El Mercurio), sino los principios normativos del sistema educativo. La derecha busca instalar la idea de que la desigualdad es una caracterĂstica inherente de toda sociedad (de allĂ que sea legĂtimo seleccionar) y que no hay nada ni nadie (ni siquiera el interĂ©s general que se puede expresar a travĂ©s del Estado) que podrĂa cambiarlo. Hoy es el momento de frenar a la derecha, defender lo avanzado y profundizar los cambios. Los triunfos en el ámbito educacional nos pueden abrir paso para lograr definitivamente que sean los intereses de la inmensa mayorĂa de la poblaciĂłn y no los de los grandes grupos econĂłmicos (encabezados por un puñado de familias) los que orienten el destino del paĂs.