(Sergio Reyes / Periodista/ Doctor en Comunicación) En tiempos de pandemia, los medios de comunicación nos traen en la carta del menú la banalización de la muerte, como ejemplo culmine de la administración rentable de la masacre y el exterminio violento neoliberal.
En este ámbito, los medios y especialmente la televisión, colocaron a los jóvenes NINI, (que ni trabajan ni estudian) como deshumanizados, relegados, y flojos, y ahora nos aborda y supera con los jóvenes NANO, con problemas conductuales, pero incorporados y desbordados de derroche económico.
Los NINI vistos como sub-humanos ilegales, durmiendo esperando su oportunidad, y los NANO, como alguien legal en el ascensor junto a sus selfies, y las redes sociales, dormidos en su oportunidad.
Ambos, disputados por los medios de comunicación que muestran su desprecio a uno, y redención al otro, pero altamente rentables en esa parrilla televisiva.
Y así los Nanos nos muestran cuál es el valor de la vida en tiempos de pandemia y de confinamiento, donde se argumenta desde los medios quién vive o muere; todos, consecuencias del sistema político cultural.
En efecto, los jóvenes Nano y su violencia, quedan en la misma categoría de catástrofe nacional, porque sus crímenes son analizados en iguales espacios periodísticos, y bajo idénticos criterios existentes que consideran a la crisis sanitaria y a la crisis de empleabilidad.
Se pretende así que el Nano y su individualidad criminal, queden en condición de humanidad frente a la naturaleza colectiva de la crisis mundial, sin ir al fondo del problema social-político.
En los casos Nini y Nano, los relatos de los medios son belicistas, porque sostienen las acciones de estos para el mercadeo televisivo, logrando que el público televidente conviva con altos niveles de violencia oportunista, sin ser reconocida como tal, pero eso sí, glorificando desde las selfies las acciones de bienes.
Aquellas selfies en el ascensor que se tomó “el Nano”, nos muestran otro de ejemplo de vida; de la omnipotencia que envenena, alentada como un ejemplo de vida, desde mucho antes por los medios de comunicación.
Son la televisión y las redes sociales con su farándula politizada, las que radicalizan la enajenación, y al mismo tiempo, aquellos sectores sociales de “supremacía” y “subordinados” que viven sometidos a la pantalla, reaccionan muy lentamente a esa alienación de absolutismo alentada por los medios, y que finalmente se apropia del individuo, y de su capacidad colectiva de cambiar su destino social.
Ese mostrarse permanentemente a través de las selfies, cual narciso en un cubículo, ahonda esa formación clasista, muy alejada del flâneur de Baudelaire, que pena en la distancia.