Conocer la realidad y necesidades especiales de cada miembro de la familia, tener acceso rápido a los kits de emergencias, claridad sobre las rutas de evacuación, puntos de encuentros, y la capacidad de guardar la calma, forman parte de las claves para enfrentar situaciones de desastres de grandes proporciones.
La investigadora del Instituto de las Ciencias de la Ingeniería de la Universidad de O’Higgins (UOH), Alejandra Serey, recomienda que mantenerse informado acerca de las medidas preventivas y acciones a seguir en caso de terremoto, constituye uno de los principales hábitos que se deben promover dentro de los hogares y comunidades de Chile, con lo cual se podrían generar prácticas de comunicación y soluciones conjuntas e individuales capaces de salvar vidas.
La geóloga resalta las significativas ventajas que se pueden alcanzar cuando se lleva a la “mesa de conversación” el tema de cómo enfrentar los terremotos de gran envergadura, sobre todo porque con este tipo de comunicaciones se espera conocer los escenarios que se deben generar antes del terremoto, así como las medidas que se activarían durante y después del evento. Lo cual está estrechamente relacionado con “la claridad” de las condiciones familiares y comunitarias para activar los dispositivos de emergencia que cada quién debe conocer previamente, incluyendo niñas y niños lo suficientemente autónomos para resolver situaciones puntuales.
“Eso es lo primero. Que todas las familias, incluso comunidades, junto a niñas y niños tengan sobre la mesa de conversación el tema de la prevención y cómo actuar en caso de terremotos de grandes proporciones, lo que contribuye a tomar una ruta de acciones más claras dentro de la conmoción. Por un lado, porque se debe tener claridad acerca de quién puede o no ser autónomo para ejercer acciones, dependiendo de la edad y las condiciones para ello, considerando que en muchos hogares se encuentran adultos mayores, o personas con capacidades especiales, movilidad reducida o psicomotoras que no se valen por sí solas”.
Y, por otro lado, -aclara la experta- esta comunicación “que debe ser permanente”, ya que permite conocer las características del territorio donde se vive, los puntos de encuentro en caso de cualquier situación de desastre, claridad sobre cuáles son las vías de evacuación, la ubicación de la mochila de primeros auxilios, o el lugar de la linterna -por ejemplo- en caso de corte de energía eléctrica. O bien, cómo y en qué momento usar los marcos de las puertas, o las escaleras de emergencia, dependiendo si se vive en edificio, en casa, u otro tipo de construcciones habitacionales y laborales.
La científica también alerta que en pleno terremoto suelen colapsar las telecomunicaciones, por lo que recomienda a los núcleos familiares y comunidades reconocerse entre sí para establecer protocolos de “comunicación vía mensajes de texto o por telegram”, además de valerse de los canales oficiales de información como el del Senapred, por ejemplo.
Memoria sísmica
Otro de los factores que Serey considera de gran relevancia para enfrentar un terremoto de proporciones mayores a los 8.0 de magnitud, se encuentra asociado a “la memoria individual, heredada y colectiva”, entendida como aquel registro de experiencias sobre eventos sísmicos que se ha traspasado generación tras generación, en el que se resguardan “los recuerdos” de quienes vivieron la catástrofe, o de los que vivirán eventos de este tipo en el futuro.
“Todas las generaciones vamos a experimentar uno o dos megaterremotos; es decir, un terremoto con magnitud mayor o igual a 8.0. Motivo por el cual, los recuerdos cobran mucho valor, especialmente porque generan valiosa información sobre traumas y miedos asociados a las catástrofes, que se pueden estudiar de distinto modo, dependiendo del género que experimente el evento (masculino o femenino), en el entendido de que tanto hombres como mujeres reaccionamos de manera distinta frente a los desastres, por lo que la memoria individual, heredada y colectiva, propia de cada lugar, persona y territorio pasa a ser una fuente inagotable de datos y de historia sobre buenas prácticas o malas prácticas durante un acontecimiento sísmico de grandes proporciones”.
La investigadora reconoce que, gracias a esta memoria sísmica, Chile ha desarrollado con el paso del tiempo una capacidad de respuesta y de comunicación inmediata ante desastres, terremotos, inundaciones o tsunamis, fortaleciendo el trabajo de articulación entre redes de carabineros, bomberos, defensa civil, fuerza armada, organizaciones gubernamentales, y personas dedicadas a la atención de catástrofes. “El desafío el día de hoy es trabajar en colaboración y multisectorialmente en el ciclo de la gestión del riesgo de desastres. Un buen ejemplo de ello, es la labor que viene haciendo Senapred con el sistema de comunicación de alerta temprana vía telefónica, junto a los programas de capacitación y simulacro con las comunidades, articulado con la mesa de peligros geológicos aquí en la Región de O’Higgins donde trabajamos la academia con el Minvu, la DGA, el Gobierno Regional, municipalidades, entre otros”.
Para Serey, mientras más se converse y mientras más historias e información de los territorios se entreguen a la gestión de riesgo de desastre, mejor serán las formas de articular medidas preventivas entre las distintas instituciones, y comunidades, donde la academia juega un papel fundamental en el diseño de políticas preventivas y estrategias para la divulgación de conocimiento y acción frente a los peligros geológicos que puedan tener lugar en el país. “Insisto: la memoria sísmica y la comunicación salva vidas”, finaliza la investigadora UOH.