El geólogo y PhD en Ciencias de la Tierra, Jorge Romero, enfatiza en la importancia de la preparación de infraestructura crítica y aprender de las secuencias sísmicas que preceden a grandes terremotos.
Un fuerte sismo sacudió la costa sur de Japón -el pasado jueves- elevando la preocupación sobre la posibilidad de futuros terremotos de gran magnitud relacionados con una fosa submarina ubicada al este del país asiático. El movimiento telúrico llevó a los sismólogos a convocar una reunión de emergencia, en la cual se revaluó y aumentó el nivel de riesgo asociado a terremotos en la fosa de Nankai.
Según la Agencia Meteorológica de Japón (AMJ), el sismo tuvo una magnitud de 7.1, con epicentro en el mar, cerca de la costa oriental de Kyushu, a una profundidad de aproximadamente 30 kilómetros. Un grupo de sismólogos de la AMJ se reunió de inmediato y emitió un informe advirtiendo que la probabilidad de un futuro sismo de gran magnitud en el área, especialmente desde Kyushu hacia el centro de Japón, es ahora mayor que lo estimado previamente. La agencia indicó que continuará monitoreando de cerca los movimientos de las placas tectónicas en la zona de la fosa de Nankai.
“La alerta actual se basa en el conocimiento existente sobre las zonas que han acumulado suficiente energía para generar un gran terremoto, así como en eventos sísmicos que podrían considerarse precursores de uno de mayor magnitud. En ese sentido, los grandes terremotos chilenos funcionan de manera similar a los de Japón; ambos países cuentan con conocimiento experto y monitoreo constante. Sin embargo, en Chile nuestro registro histórico de sismos se limita a unos cuantos siglos, a diferencia de Japón, por lo que se requeriría una investigación geológica mucho más robusta de eventos pasados para obtener este tipo de alertas”, señala Jorge Romero, geólogo, PhD en Ciencias de la Tierra e investigador asociado del Instituto de Ciencias de la Ingeniería de la Universidad de O’Higgins (UOH).
Aunque no se ha identificado un riesgo inminente de un gran terremoto en el futuro cercano, las autoridades niponas instaron a los residentes de las zonas costeras adyacentes a la fosa, que se extiende unos 500 kilómetros, a revisar sus planes de emergencia y preparación para este tipo de movimientos telúricos.
En Chile, los terremotos han generado grandes problemas, principalmente debido a los destructivos tsunamis, los daños en la infraestructura y los derrumbes que ocurren tras un sismo. Para Romero, en caso de un aviso sobre un posible megaterremoto, “se deberían implementar medidas para agilizar el tránsito peatonal en las vías de evacuación, evitando atochamientos vehiculares. También sería crucial preparar la infraestructura crítica, como hospitales, bomberos y servicios básicos, para enfrentar el estrés significativo que podría causar un sismo”. Además, Romero subraya la importancia de “garantizar la seguridad en las zonas costeras, puertos y navíos, así como redoblar las precauciones para prevenir posibles focos de agitación social, como saqueos”.
Históricamente, los grandes terremotos que ocurren al otro lado del Pacífico han generado tsunamis de campo lejano que alcanzan las costas chilenas y provocan daños. Sin embargo, aún se investiga cómo los sismos lejanos podrían influir en el estrés de zonas sísmicamente activas como la nuestra. “Si bien podrían desencadenar terremotos en áreas donde ya existe una alta tensión sísmica, actualmente no contamos con una regla o un modelo geométrico que nos permita predecir con certeza estas interacciones”, indica el profesional.
Según expertos japoneses, hay un 70-80% de probabilidad de que se produzca un sismo de magnitud 8 o 9 en los próximos 30 años desde la fosa de Nankai. Aunque el sismo del jueves incrementa esta posibilidad, no es posible predecir el momento o la ubicación exacta, por lo que se insta a la población a mantenerse alerta durante al menos una semana.
Romero es enfático en señalar que, si los pronósticos se cumplen, “esto podría ser un gran aprendizaje para Chile sobre cómo abordar los megaterremotos. No hay que olvidar que los terremotos como el de Valdivia (1960), Maule (2010) e Iquique (2014) estuvieron precedidos por secuencias sísmicas, horas o incluso semanas antes del gran evento. Dependiendo de cómo se comporten la ciudadanía y las autoridades frente a estas advertencias, podríamos ser testigos de una nueva manera de enfrentar emergencias sísmicas, que ciertamente sería de gran valor para un país como el nuestro”.