03:39 -Jueves 31 Octubre 2024
19.1 C
Santiago

Parafraseando a Shakespeare: ¿Golpe o no golpe? Esa es la pregunta (Bolivia)

Por Roberto Regalado (Cientista Político). Vía laepoca.com.bo

Con 190 golpes o intentos de golpes de Estado ocurridos desde su independencia en 1825, se necesitaría un proyecto de investigación equivalente a una o varias tesis de doctorado en Historia y/o Ciencias Políticas para determinar el lugar que ocupa la intentona golpista encabezada por el general Juan José Zúñiga, el 26 de junio de 2024, dentro de las tipologías de los cuartelazos bolivianos. A priori puede decirse que:

  1. Se ejecutó en un solo lugar, en la Plaza Murillo, donde están las sedes de los poderes Ejecutivo y Legislativo del Estado;
  2. El líder golpista se ubicó dentro de un vehículo blindado frente al Palacio Quemado, antesala de la Casa del Pueblo;
  3. Los efectivos del Regimiento Colorados a cargo de la custodia exterior de las puertas del Palacio Quemado, con sus uniformes “de época”, sirvieron “de adorno” en medio del ajetreo golpista;
  4. Además de los vehículos blindados y sus dotaciones, la mayor parte de los participantes del cuartelazo eran oficiales y soldados de la Policía Militar, y un grupo de policías antimotines;
  5. El acuartelamiento de todas las Fuerzas Armadas “ordenado” por Zúñiga terminó siendo un bluff, y luego se conoció que parte de los jefes y las unidades convocadas a sumarse al intento de golpe se negaron a hacerlo;
  6. Las comunicaciones emitidas por el presidente Luis Arce y otros funcionarios de su gobierno desde la Casa del Pueblo no fueron interrumpidas;
  7. Periodistas ubicados frente al Palacio Quemado informaron el desarrollo de los hechos, incluida la cobertura en vivo y en directo de TeleSur y de otras cadenas de televisión;
  8. Hubo una (inusual en estos casos) interacción personal entre el Presidente de la República, quien exigió la interrupción del golpe, y el general golpista, que en ese momento se negó a hacerlo;
  9. En medio del asedio, en una transmisión televisada en vivo, el Presidente designó a una nueva jefatura de las Fuerzas Armadas, integrada por altos oficiales que estaban en la Casa del Pueblo;
  10. Ante su evidente fracaso, los golpistas acataron la orden dada por el nuevo máximo jefe militar de poner fin a su acción sediciosa;
  11. El intento de golpe duró poco más de tres horas.

Con mil disculpas para las y los cultores de las artes escénicas, me tomo la licencia de comparar este intento de golpe de Estado con una performance. Según el Art Miami Magazine, de las características del performance resaltan que: las obras las elaboran sus ejecutores; se realizan en cualquier escenario; y los elementos que se conjugan son el cuerpo del artista, el tiempo de duración, el espacio en el que se desarrolla y la relación entre artistas y público.

En los hechos acaecidos el 26 de junio: la concepción y realización del intento golpista estuvo a cargo de sus ejecutores (lo que no implica ignorar la existencia de participación externa); su escenario fue la Plaza Murillo; el “cuerpo del artista” principal (Zúñiga) se mantuvo casi todo el tiempo en un vehículo blindado, y se exhibió en público en un altercado verbal con el Presidente; la duración del performance ya se mencionó; y la relación entre los “artistas” y el “público” se estableció por conducto de los medios de comunicación allí presentes.

Los políticos de derecha, que concibieron, organizaron y ejecutaron el golpe de Estado de 2019 en contubernio con el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, en esta oportunidad se pronunciaron contra el performance de Zúñiga y, una vez consumado su fracaso, asumieron la narrativa formulada por el jefe golpista de que esa acción fue concertada con él por el presidente Arce.

¿Fue o no fue un intento fallido de golpe de Estado?

Lo performático del golpe o intento de golpe de Estado de Zúñiga no implica que no haya sido tal. Que fuese chapucero y le faltase el apoyo de la derecha política, es otra cosa. Repárese en que después del llamado proceso de democratización de América Latina –iniciado por la administración Carter (19771981) y neoliberalizado y concluido por la administración Reagan (1981/1985/1989)–, ante la, para ellos inesperada, cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas iniciada por Hugo Chávez en 1998, ni los Estados Unidos ni las oligarquías latinoamericanas se pueden “dar el lujo” de realizar golpes de Estado tan sangrientos como los de las décadas de 1960 a 1980.

Ahora se estilan los golpes de Estado “de nuevo tipo”, con el uso de la fuerza “estrictamente necesaria” y en lugar de que la jefatura del Estado la asuma un general golpista lo hace una figura política de la derecha. De esto se deriva que al golpe de Estado “de nuevo tipo” de Zúñiga “le faltó”: el Pedro Carmona que usurpó el poder el Venezuela tras el golpe contra Hugo Chávez; el Roberto Micheletti que usurpó el poder en Honduras tras el golpe de Estado contra Manuel Zelaya; el Federico Franco que usurpó el poder en Paraguay tras el golpe contra Fernando Lugo; el Michel Temer que usurpó el poder en Brasil tras el golpe de Estado contra Dilma Rousseff; y la Jeanine Áñez que usurpó el poder en la propia  Bolivia tras el golpe de Estado contra Evo Morales.

Una primera buena razón para que la derecha no se sumara a la performance del 26 de junio fue la violencia y represión desatada en 2019, que sin llegar a los niveles de los años 60 a los 80 del siglo XX, fue muy superior a los niveles de violencia de los golpes de Estado “de nuevo tipo” precedentes, a lo que se añaden las violaciones a la Constitución y las leyes cometidas para repartirse el botín de los cargos gubernamentales, los escandalosos casos de corrupción que estallaron y el retroceso registrado en los indicadores económicos y sociales del país debido a la pésima gestión del desgobierno de Jeanine Áñez. Este desastre, mucho más que la recuperación de fuerza social y política propia, que sin dudas benefició al Movimiento Al Socialismo (MAS), explica la victoria de este último en octubre de 2020.

Una segunda buena razón para que la derecha política no apoyara a Zúñiga es que se considera segura ganadora de las venideras elecciones. ¿Para qué incurrir en una segunda ocupación forzada del gobierno cuando está convencida de que lo ganará “en buena lid”? ¿Para qué cometer ese error cuando la división del MAS le va a “servir en bandeja de plata” el control de los poderes del Estado, a los que, cuando logre volver a apropiarse de ellos, se aferrará a toda costa?

No obstante, sería ingenuo descartar que, en previsión de un aumento ulterior de las posibilidades de reelección del presidente Arce, el performance de Zúñiga resulte ser el ensayo para un posterior golpe de Estado efectivo, como lo fue el “Tancazo” del 29 de junio de 1973 en Chile, que en su momento se creyó derrotado, pero que finalmente fue la antesala del derrocamiento del gobierno del presidente Allende.

Con su récord histórico de golpes de Estado, y con los recuerdos aún recientes de cómo el golpe de 2019 rebasó los “límites represivos” de los golpes de Estado “de nuevo tipo” antes realizados en otros países, y con jefes y unidades militares que “se suman” o “no se suman”, y una Policía Nacional que “se sumó” la vez pasada pero esta vez “no se sumó”, la izquierda y los movimientos populares bolivianos tienen que “dormir con un ojo abierto y el otro cerrado”.

Como ya lo venía haciendo en otros temas, el expresidente Evo Morales optó por alinearse con quienes lo derrocaron a él en 2019, y reprimieron brutalmente a quienes salieron a las calles a defenderlo, tanto antes como después de que él se pusiera a “buen recaudo” fuera del país. Este alineamiento con la derecha en la narrativa del “falso golpe” es el cruce de una línea roja, una línea de no retorno por parte de Evo, que no solo en  Bolivia, sino en toda América Latina y el mundo, lo separa, lo diferencia, lo excluye, de quienes fueron sus pares: Hugo Chávez y Nicolás Maduro, Néstor y Cristina Kirchner, Luiz Inácio Lula Da Silva y Dilma Rousseff, Tabaré Vázquez y José Mujica, Daniel Ortega, Rafael Correa, Manuel Zelaya y Fernando Lugo, que reconocen a lo ocurrido como un golpe de Estado y como tal lo condenan. Ya no contamos con la presencia física de Kirchner, Chávez y Vázquez, pero sin duda alguna también lo hubiesen condenado. De ese cuadro de honor de líderes y lideresas de izquierda y progresistas, Evo “se autoexcluyó” para asociarse con la lamentable figura de Lenín Moreno.

Con el paso del tiempo los procesos políticos tienden a “naturalizarse” y con ello quienes los vivieron olvidan o dejan de aquilatar su relevancia original, y las nuevas generaciones no llegan a conocer esa relevancia. Que desde la primera elección de Chávez a la presidencia, en 1998, y hasta el golpe de Estado contra Zelaya, en 2009, hubo una cadena ininterrumpida de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas en América Latina es algo sabido y “naturalizado”, pero hay elementos de análisis de cuándo, cómo, dónde y por qué de esos hechos, que pasarlos por alto impide aquilatar su trascendencia.

La primera victoria electoral de Chávez ocurrió cuando aún los factores preponderantes en América Latina eran la avalancha universal del neoliberalismo, el impacto políticamente devastador del derrumbe de la URSS y la reestructuración del sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano. Era un momento en que parecía que ni 100 años la izquierda latinoamericana podría intentar una reforma social progresista y mucho menos una transformación social revolucionaria.

Ahora cito fragmentos del gran significado que tuvo la elección de Evo Morales a la presidencia de  Bolivia el 18 de diciembre de 2005.

“Aunque el protagonismo de Evo Morales en las luchas sociales y políticas bolivianas es bien conocido, y a pesar de que en junio de 2005 su campaña para las elecciones presidenciales de diciembre de ese año ya estaba en pleno desarrollo, en aquel momento resultaba imposible prever si él podría o no sortear los obstáculos que el imperialismo norteamericano y la derecha boliviana interpondrían en su camino hacia la primera magistratura de su país. Afortunadamente, Evo sorteó todos los obstáculos […]

Hasta la victoria de Evo, la Revolución Bolivariana parecía una especie de accidente histórico, atribuible al grado excepcional de agudización de la crisis política y social venezolana […] Hasta ese momento, los esfuerzos de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y Tabaré Vázquez en Uruguay por ampliar sus respectivas coaliciones de gobierno con partidos de centro y su apego al esquema de ‘gobernabilidad democrática’ imperante, daban la impresión de ser lo que cabía esperar como alternativa política de izquierda en América Latina a corto y mediano plazo. Pero, sin incurrir en generalizaciones caricaturescas, es obvio que la elección de Evo se asemeja más a la de Chávez que a las de Lula y Tabaré, en el sentido de que constituye una ruptura con los cánones de la ‘gobernabilidad democrática’. Este elemento demostró que lo ocurrido en Venezuela no fue excepcional, y que las diferencias entre, por una parte, los gobiernos de Chávez y Evo y, por otra parte, los de Lula y Tabaré, obedecen al grado de agudización de la crisis política, económica y social en que se produjo cada uno de esos triunfos electorales, que es mucho mayor en la región andina que en el Cono Sur.” [1]

Desafortunadamente no tengo espacio para reseñar la contribución que la Revolución Democrática y Cultural boliviana hizo a la difusión universal de la cosmovisión indígena y, dentro de ella, a la concepción del Vivir Bien. Muchísimas cosas más se pueden y se deben decir sobre ella. ¡Cuánto dolor produce que todo lo logrado se pueda perder!

Por último, quiero mencionar que las guerras mediática, jurídica y parlamentaria no solo impiden a la izquierda construir nuevas formas de democracia que sustituyan a la democracia liberal [2], sino que la obligan, como sucede en  Bolivia hoy, a “atrincherarse” en la defensa de ese sistema político que los poderes fácticos “amoldan” a sus anchas para desestabilizarla, expulsarla y aniquilarla.


1       Roberto Regalado: América Latina entre siglos. Dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda, “Prefacio a la segunda edición”, Ocean Sur, Ciudad de México, 2006, pp. 1 y 2.

2       Ver a Hugo Moldiz: América Latina y la tercera ola emancipadora, Ocean Sur, Ciudad de México, 2012, p. 90.

image_pdfDescarga como PDFimage_printImprime este artículo

Artículos Recientes

spot_img

Te podría interesar

1 COMENTARIO

Los comentarios están cerrados.

Skip to content