El Metro cumple 57, no 50: El día que Pinochet viajó en Metro
Por Eric Campos, presidente de la Federación de Sindicatos de Metro y Secretario General de la CUT.
El directorio de Metro decidió conmemorar este 15 de septiembre los supuestos 50 años del tren subterráneo. Pero la fecha elegida recuerda el día en que Augusto Pinochet cortó la cinta inaugural y participó en el primer viaje del Metro de Santiago, utilizando la ceremonia como un símbolo de prosperidad de la dictadura civil-militar.
El verdadero origen institucional del Metro se remonta a 1968, cuando el presidente Eduardo Frei Montalva firmó el decreto que dio vida al proyecto, autorizando su planificación y estructura técnica. Ese momento marcó el inicio de una obra estratégica para el país, que años más tarde transformaría la movilidad de Santiago y vería circular su primer tren con pasajeros en 1975.
Sin embargo, la empresa decidió reducir la historia al hito de 1975, invisibilizando la continuidad histórica y fijando como origen una escena cargada de simbolismo autoritario: Pinochet viajando en el primer tren junto a la prensa. No es un gesto inocente.
Aquí se confirma la tesis de Andra Chastain en su libro “Chile Underground”: el Metro no es solo una obra de ingeniería, sino un proyecto nacional cargado de sentidos políticos, un espacio donde se disputan visiones de ciudad y de poder. Al elegir como hito fundacional la dictadura, se cancela la oportunidad de reivindicar el carácter democrático y modernizador que inspiró la obra en los años sesenta.
La operación política detrás de esta conmemoración también refleja un problema más profundo: la incapacidad del Estado para construir un relato democrático de su propia historia urbana. No se trata solo de un error de calendario, sino de una decisión de memoria que prioriza la comodidad institucional antes que la verdad histórica.
El Metro es probablemente la obra pública más reconocida por los santiaguinos, un espacio cotidiano donde se entrecruzan millones de vidas. Que su memoria oficial quede anclada a la imagen de un dictador es, en el fondo, una renuncia del país a contarse a sí mismo desde la diversidad, la justicia y la democracia.
Las omisiones son muchas: el rol de la Unidad Popular, borrado de la memoria corporativa; la gestión de Pablo Neruda en París para asegurar el préstamo francés que permitió comprar los primeros trenes; la historia de la estación Violeta Parra, rebautizada por la dictadura como estación San Pablo; y la detención y desaparición de Elizabeth Rekas, cuyo recuerdo los sindicatos han recuperado en la estación Moneda.
En un contexto en que resurgen discursos de ultraderecha y negacionismo, optar por la foto del dictador viajando en el primer tren no se condice con los estándares de memoria que una sociedad democrática merece. El Metro es de la ciudad, de su diversidad y de su gente, no del régimen que lo usó como escenografía de propaganda.
Por eso, insistir en conmemorar “los 50 años” en 2025 no es un simple error técnico: es un acto político que, consciente o inconscientemente, otorga centralidad simbólica a la dictadura. Y esa es una decisión que no solo carece de criterio, sino que además contradice la obligación democrática de rechazar cualquier forma de blanqueo de la memoria autoritaria.