Orden, paz y fascismo
(Por Víctor Peña Godoy / Trabajador Social / Magister en Historia Latinoamericana de la UNLZ de Argentina). Chile vive desde más de un mes un levantamiento generalizado que ya no puede ser clasificado como un estallido social. Aun pese a todo el vandalismo que se ha vivido en estos días, las encuestas, ninguna financiada desde la izquierda, hablan de un apoyo aplastante a las manifestaciones y a las razones que han motivado esta insubordinación general.
¿Se puede entender este estado de insubordinación general como una amenaza a la paz?
Según los que firmaron el acuerdo que dio cronograma y limitó la facultad constituyente que millones de personas reclaman en las calles, si. Es difícil comprender no ya los detalles que hacen cuestionable ese acuerdo como el amarre de los dos tercios y la forma de elección de los delegados a una posible convención, sino que el mismo acuerdo invoque un llamado a la paz, porque entonces la tesis de la derecha dura, expresada histéricamente por Piñera, de que estamos en una guerra, tiene razón.
Chile ha vivido una ruptura emocional y sociológica profunda en estos días. El viejo orden que avalaba culturalmente la forma en que estaba estructurada la sociedad, se rompió por una acumulación de contradicciones que se fueron sumando de forma silenciosa y creciente en estos últimos treinta años, en medio de una constante auto alabanza de un sistema que consideraba el aumento del ingreso per cápita como una señal y prueba irrefutable del éxito del modelo económico, político y social chileno. Tal como escribió dramáticamente alguien alguna vez, la importancia de las mentiras aceptadas, reside en que cuando nos acostumbramos a ellas, ya no sabemos distinguir la verdad, de la falsedad y eso sucedió y sucede en Chile y ha sido la causa esencial de esta reacción en cadena, de tan difícil dimensión o pronóstico.
Es un cliché hablar de clase dominante, pero existe. Acumula y ejerce el poder económico, comunicacional y político sobre el resto de la sociedad chilena, intentando en tiempos de cambios culturales apabullantes, seguir determinando las reglas de la vida a nivel societal y para las personas de este país. Miraron, primero incrédulos y después con temor lo que ha pasado en Chile en estas últimas semanas y sobrepasado el shock de no poder reaccionar a lo que se llamo, como forma intencional de acotarlo, un estallido social, han tomado la ofensiva comunicacional para poner en primer relevancia el tema de la Paz y Orden Público, como la condición necesaria para avanzar en la agenda de normalizar el país y en apariencia, caminar a las reformas sociales y constitucionales que el país reclama con tanta insistencia.
No pocos personeros de aquellos que administraron, en los últimos treinta años, con todo gusto el sistema que se ha roto en su validación social, se han sumado a ese llamado urgente, como prioridad determinante para este momento histórico al restablecimiento de la Paz y el Orden Público. Hasta algunos viejos revolucionarios arrepentidos de los años setenta y de hasta no hace mucho, han salido a proclamar que vivimos en una situación que amenaza la convivencia y la estabilidad institucional.
Nadie puede dudar que Chile vive episodios de violencia que escapan a cualquier articulación de alguna fuerza política determinada, que intente con esa agenda de desborde, imponer un camino para la solución de esta crisis. Si algo ha caracterizado este levantamiento nacional es su extraordinaria dimensión geográfica, su enorme caudal y resistencia ciudadana, la variedad de escenarios, la transversalidad de sus demandas económicas u políticas y la expresión de una autonomía que supera incluso la convocatoria de las organizaciones que intentan, a partir de su agrupación social y gremial, la conducción y representación de este movimiento.
El rompimiento del pacto social ha sido profundo y las posibilidades de solución de esta crisis en paz, no se basan en la demonización de este levantamiento y sus formas, muchas de ellas expresadas en el aprovechamiento del lumpen inorgánico y oportunista por excelencia en estos escenarios. Sin embargo ese mismo sector, acotado socialmente, que puede liderar actos de vandalismos, no es capaz por sí mismo de quebrar el orden institucional, pues carece de estructura o proyecto, no cuenta con finalidades superiores a un aprovechamiento circunstancial, al orden social que los fomentó por años de abandono y marginación social extrema. La fortaleza del estado, de sus estructuras contensivas y represivas es inmensamente más poderosa en su capacidades que esa amenaza de aquello que es presentado como el riesgo a la paz y la vida de las personas.
La construcción de una amenaza a la vida de cada persona que justifique una guerra o intervención militar, es parte esencial de las doctrinas que expresan las guerras de cuartas generación y eso está ocurriendo. Hay demasiados testigos en múltiples lugares de Chile que han presenciado el repliegue de las fuerzas policiales en saqueos, quema de infraestructura pública y privada. El que no desee aceptar esa realidad no desea aceptar como hemos llegado a este estado de cosas y es funcional a la agenda represiva.
Aquellos que se escandalizan con que se mencionen si quiera, la posibilidad de que ocurriesen provocaciones de agentes del estado en parte de esas situaciones de violencia y vandalismo extremo, olvidan cuantas guerras se han desatado con acciones de lo que se conoce como acciones de bandera falsa, en donde se culpa, a una fuerza enemiga real o no, para la justificación del despliegue de una guerra. Por si alguien lo olvida la Segunda Guerra Mundial comenzó con un supuesto ataque polaco a una estación de radio alemana que nunca ocurrió. La Guerra de Vietnam con el incidente del Golfo de Tomkin que el mismo senado norteamericano desmintió. Un país llamado Chile, gobernado por un presidente de larga data republicana, con un Plan Zeta y quince mil combatientes extranjeros en su territorio que nadie vio y otro llamado Iraq, con armas de destrucción masiva que nunca existieron. Olvidan el crimen Catrillanca o la Operación Huracán
¿Es que eso fue hace mucho? ¿Quienes sostuvieron esos montajes?
¿Entonces es delirante si quiera analizar desde el mismo fundamento de la doctrina militar contemporánea que esa posibilidad no es una mera suposición conspirativa?
Llama la atención que los firmantes del acuerdo de paz y por una nueva constitución limitada de ante mano en sus reglas, no hayan escrito una sola línea para acordar la investigación debida de todos los actos de violencia que se habían producido hasta la misma tras noche de la firma del texto que nos devolvería la tranquilidad y el orden. Algunos elementos faltaban en ese acuerdo sin los cuales la paz que se pregona no puede producirse.
Tal como las condiciones que aceptaron, por un sector no menor de los partidos políticos opositores a la vieja dictadura, hace treinta años para una democracia tutelada por el poder pinochetista y de la derecha, no hay una línea clara definida y explicita, medianamente firme, que establezca que la violencia ha tenido, en lo fundamental, su detonante en la respuesta incendiaria del propio gobierno, de la derecha y en particular de Carabineros al actual estado de insubordinación social. La prudencia de un general que acepto que el país no estaba en guerra, se extraña en estos días.
Si a las profundas razones acumuladas durante décadas de desigualdad social, de burla a los derechos sociales y a las condiciones de vida de la gente más humilde de este país, de la escandalosa justicia de diverso tipo para los delitos económicos de los sectores dominantes, que han afectado la vida de millones de chilenos, se suma el accionar represivo del estado, expresado en un régimen de excepción, con militares en las calles, toque de queda, una brutalidad policial callejera y en sus cuarteles, sin paragón incluso en tiempos de dictadura, que instituciones internacionales que la misma derecha alababa hasta hace poco, han denunciado con todo fundamento y seriedad, tenemos una situación de violencia acumulada e incentivada que se expresa en todo el dramatismo de estos días.
Es curioso que la derecha quiera imponer comunicacionalmente, incluso alejando a las voces más críticas del sistema en los programas de televisión abierta, la legitimidad de volver a instaurar el orden, incluso comparando la situación de Chile con la de países que han vivido ataques de terrorismo integristas, selectivos y hasta masivos en contra su población, que han provocado que unidades militares resguarden sitios de relevancia política y cultural en ciudades europeas. La noción de una amenaza externa no es lo que domina Chile en estos días
Hay una experiencia histórica concreta en Chile en términos de pacificación e instauración del orden y hasta el progreso. Ha sido una constante en nuestro devenir como sociedad:
La pacificación de la Araucanía se llevó a miles de mapuches y el robo de sus tierras. La civilización y progreso de la Patagonia provocó la exterminación total de los pueblos originales australes. El restablecimiento del orden en Iquique se llevó la vida de mil pampinos en la Escuela Santa María, contando mujeres y niños. El control del Alto Bio Bio en Ranquil mató a centenares de campesinos y ni siquiera sale en los libros de historia. El restablecimiento del orden y los valores patrios se llevó la existencia de centenares de chilenos, la cárcel y tortura para miles más y una dictadura de 17 años.
Cuando la derecha habla de paz siempre ocurre lo mismo. Lo triste es que viejos aliados por las transformaciones sociales, que dicen compartir la necesidad de cambios en esta sociedad, que no impulsaron en sus muchos años de gobierno post Pinochet, que incluso apoyaban y apoyan tratado tan dañinos para nuestra sociedad y soberanía legal como el Trans Pacifico, apoyen una agenda que puede terminar en el establecimiento de una violencia de estado, amparada en reformas legales que señalan incluso la no responsabilidad legal para uniformados.
La paz que Chile necesita no se instaurará a manera de la Paz Romana, aquella que el mismo Kenedy repudiaba, impuesta a punta de fusiles impunes del estado, que eta vez no tiraran perdigones. Se debe de entender y saber a ciertas, que toda violación a los derechos humanos será inevitablemente castigada tarde o temprano. Si en verdad se desea la paz, debe nacer de un verdadero acuerdo nacional con fundamentos sólidos en el mundo social, en toda su complejidad y variedad de su representación y demandas, que vaya más allá de partidos que negocian en nombre de una calle insubordinada que no los reconoce como sus representantes.
Aceptar el restablecimiento del orden, de esa Paz que la derecha avala por todos sus medios comunicacionales y difunde en un país en donde no hay un solo periódico o canal de televisión de oposición, es la forma más directa de impedir los cambios sociales y la derecha como es su tradición, lo intentará como siempre lo ha hecho, llamando a salvar la patria y los valores de una sociedad dominada por ellos y que por ningún motivo desean alterar.
Necesitamos Paz, no porque estemos en guerra, sino porque la paz social que se vivió hasta la semana del 18 de octubre pasado, terminó por reventarse por acumulación de energías, como un reactor nuclear llevado a sus límites de posibilidades, explosionado y que no puede ser apagado, si no se comprende las razones de su estallido y sus reales consecuencias. Es esa onda reactiva lo que sacude a Chile y la paz que se necesita es mucho mayor que el orden público.
Aquellos que desde la oposición, que actúan como respirador artificial de un gobierno fracasado y en banca rota, al que ni siquiera se atreven acusar en el merito de las violaciones de los derechos humanos ocurridas en estas semanas, que se conjugan con la derecha para imponer esa agenda de control social represivo, saben de sobra y hasta por experiencia, que esa puerta de escape a la actual crisis, solo lleva al establecimiento de un golpe blanco, para un fascismo que ya hemos padecido. Es muy triste ser complementario de algo así y Chile por su memoria, presente y futuro no se merece tamaño destino.
La solución de nuestra crisis no pasa por un golpe de estado institucional y reaccionario, ni por una la guerra civil. Chile y su gente merece mucho más que eso.